domingo, 14 de junio de 2009

"Este edificio tiene los ladrillos huecos..."

Dicen por ahí que los libros también eligen a sus lectores. Tal vez haya algo de cierto en esto, pues no sé cual fue la razón que, de adolescente, hizo acercarme a ese viejo mueble para sacar un ejemplar color violeta titulado "De lunes todo el año", de Fabio Morábito. Si bien era un librito de poesía del que entonces no leí más de cinco páginas, logró que yo quedara prendado a "Época de crisis". Y hasta la fecha no me explico cómo es que en ciertos periodos, con varios años de diferencia, me viene un repentino deseo de volverlo a leer:

Época de crisis

Este edificio tiene
los ladrillos huecos,
se llega a saber todo
de los otros,
se aprende a distinguir
las voces y los coitos.
Unos aprenden a fingir
que son felices,
otros que son profundos.
A veces algún beso
de los pisos altos
se pierde en los departamentos
inferiores,
hay que bajar a recogerlo:
"Mi beso, por favor,
si es tan amable".
"Se lo guardé en papel periódico".
Un edificio tiene
su época de oro,
los años y el desgaste
lo adelgazan,
le dan un parecido
con la vida que transcurre.
La arquitectura pierde peso
y gana la costumbre,
gana el decoro.
La jerarquía de las paredes
se disuelve,
el techo, el piso, todo
se hace cóncavo,
es cuando huyen los jóvenes,
le dan la vuelta al mundo.
Quieren vivir en edificios
vírgenes,
quieren por techo el techo
y por paredes las paredes,
no quieren otra índole
de espacio.
Este edificio no contenta
a nadie,
está en su época de crisis,
de derrumbarlo habría
que derrumbarlo ahora,
después va a ser difícil.

A varios años del encuentro con ese libro, me he encontrado con otros trabajos de Morábito, ensayos y relatos que, junto con el poemario arriba mencionado, ya están presentes en los entrepaños de mi librero: Caja de herramientas y La lenta furia. Este último contiene un texto fantástico donde narra las situaciones derivadas de la época de celo de las madres. Al concebirlas como personajes que al comienzo de junio entran en un trance detonado por la libido, el autor sutilmente hace caer los velos mistificadores que ocultan la condición humana de la madre, figura tan sacralizada en los países de raigambre latina como España, Portugal o Italia -y no se diga en Latinoamérica:

"Empezaba a principios de junio, a veces antes, a veces después. Como sea, no era nada agradable estar jugando en casa de un amigo y de pronto, un segundo después de que él se hubiera marchado al baño o a la cocina por un vaso de agua, ver salir del cuarto de al lado a su madre toda desnuda y disponible. Había que enfrentársele sin ayuda de nadie, pues casi siempre la madre se encerraba con uno en la habitación asegurando la puerta con el pasador. Nos habían enseñado a golpear a las madres en el pecho, en la cabeza y en el bajo vientre, pero había madres robustas, otras flexibles como venados y otras gordas que trataban de aplastarlo a uno hasta que se rindiera y se aprestara a sus caprichos [...]

"Era frecuente oír al
amanecer, provenientes de algún terreno baldío o de un edificio en construcción, los jadeos de las madres que sometían a sus presas. Uno podía acercarse con toda tranquilidad porque una madre que ya tenía a su presa no representaba ningún peligro. La víctima (un oficinista, un obrero), atenazada entre los grandes muslos, se retorcía como se retuerce un gusano en el pico de un pájaro. La madre hacía con él lo que quería durante todo junio..."

Fragmentos de "Las madres", en La lenta furia.
Ed. Tusquets.

Al final de textos tan deleitantes como este, me alegro de haber sido elegido en la adolescencia por aquel poemario de pastas color violeta. El placer que me han dejado esos libros de Fabio Morábito me llevó a querer contribuir con este granito de arena para que su obra sea conocida -y reconocida- por un mayor número de cibernáutas. Y antes de terminar este post dominical, les dejo aquí una nota autobiográfica del autor:

Nací en la ciudad de Alejandría, que se encuentra en Egipto, el país de los faraones y las pirámides. Estuve en Egipto sólo tres años, después mis padres, que eran italianos, volvieron a Italia, y viví en Italia hasta que cumplí catorce años. Entonces mis padres, que por lo visto no se hallaban en ningún lugar, decidieron venir a México a vivir. Aquí me casé con una mujer brasileña.

Yo siempre supe que quería ser escritor. Pero cuando era niño y vivía en Italia, nunca me imaginé que sería un escritor mexicano. Tampoco me imaginé que me casaría con una mujer brasileña. La vida da muchas vueltas y uno nunca sabe qué otras vueltas lo esperan.

Sin embargo, entre tantos cambios, ciertas cosas permanecen, por ejemplo las pirámides. Hay pirámides en Egipto, donde nací, y hay también pirámides en México, donde probablemente me quedaré a vivir hasta que me muera. Sin embargo, a mí las pirámides no me gustan, ni las de Egipto ni las de México. Prefiero los balcones. La gente no se siente feliz con las pirámides, en cambio a todos nos gusta asomarnos a los balcones. Una casa sin balcón no es una casa completa. Con todas las piedras de todas las pirámides que existen se podrían construir millones de balcones para todas las casas que carecen de ellos, y la gente estaría más contenta. Si yo fuera presidente... pero no lo soy, ni me gustaría serlo. Dicen que los presidentes nunca tienen tiempo para nada, ni siquiera para asomarse a un balcón.


Fuente:
http://internatural.blogspot.com/2008/10/fabio-morabito.html


Más sobre el autor:

"Escribo para niños que han pasado por todo": entrevista a Fabio Morábito.


Palabra Virtual: poemas en voz del autor.

Fabio Morábito en la Feria del Libro de Tijuana 2009.