viernes, 17 de junio de 2016

Carta a mis hijos sobre los fusilamientos de Goya


No sé, hijos míos, qué mundo será el suyo. Es posible -todo es posible- que sea aquel que deseo para ustedes: un mundo simple donde sólo exista la dificultad que sobreviene de nada que no sea simple y natural. Un mundo en que todo sea permitido conforme a su gusto, sus deseos, su placer, su respeto por los otros y de otros hacia ustedes. Y es posible que ni siquiera sea esto lo que les interese para vivir. Todo es posible, aun cuando luchemos, como debemos luchar, por todo cuanto nos parezca libertad y justicia, o más que cualquiera de ellas, una fiel dedicación a la honra de estar vivo.

Un día sabrán que en toda la humanidad es incontable el número de los que pensaron así, amaron a sus semejantes en lo que tenían de único, de insólito, de libre, de diferente; y fueron sacrificados, torturados, golpeados y entregados hipócritamente a la secular justicia para que los liquidase "con suma piedad y sin efusión de sangre".

Por ser fieles a un dios, a un pensamiento, a una patria, una esperanza, o mucho al hambre incontestable que les roía las entrañas, fueron desentrañados, desollados, quemados o bañados con gas; y sus cuerpos amontonados tan anónimamente como habían vivido; o sus cenizas dispersas para que de ellas no quedase memoria.

A veces, por ser de una raza, otras por ser de una clase, expiaron todos los errores que no habían cometido o que no tenían conciencia de haber cometido. Pero sucedió también que no fueron muertos. Hubo siempre infinitas maneras de prevalecer, avanzando mansamente, delicadamente, por intransitables caminos, como se dice que son intransitables los caminos de Dios.

Estos fusilamientos, este heroísmo, este horror, fue una cosa entre mil, ocurrida en España, hace más de un siglo y que por violenta e injusta ofendió el corazón de un pintor llamado Goya, quien tenía un corazón muy grande, lleno de furia y de amor. Pero esto no es nada, hijos míos. Solamente un episodio, un breve episodio en esta cadena en que ustedes son un eslabón (¿o no serán?) de hierro, sudor, sangre y algún semen, de camino al mundo que sueño para ustedes.

He creído que ningún mundo, que nada ni nadie vale más que una vida o la alegría de tenerla. Es esto lo que más importa: esa alegría. He creído que la dignidad de que les hablarán tanto, no es sino esa alegría que viene de encontrarse vivo y de saber que en ningún momento alguien está menos vivo, sufre o muere, para que sólo uno de ustedes resista un poco más a la muerte que es de todos y que llegará.

Espero ardientemente que entiendan esto con serenidad 
un día –aunque el tedio de un mundo feliz los persiga-, sin culpar a nadie, sin terror, sin ambición y sobretodo sin desapego o indiferencia. Tanta sangre, tanto dolor, tanta angustia, no han de ser en vano. Confieso que muchas veces, pensando en el horror de tantos ciclos de opresión y crueldad, dudo por momentos y una amargura me inunda inconsolablemente. ¿Serán o no en vano? Pero, incluso que no lo sean, ¿quién resucita esos millones, quién restituye no sólo la vida, sino todo lo que les fue arrebatado? Ningún Juicio Final, hijos míos, les puede dar aquel instante que no vivieron, aquel objeto que no gozaron, aquel gesto de amor que dejarían "para mañana".

Y, por eso, nos corresponde mantener el mismo mundo que creamos, con cuidado, como una cosa que no es sólo nuestra; que nos es entregada para que la cuidemos respetuosamente en memoria de la sangre que nos corre por las venas, de nuestra carne que fue otra, del amor que otros no amaron porque les fue robado.


Jorge de Sena (1919-1978), escritor portugués.
Traducción: Resih Omar Hernández Beristáin
(Si bien existen varias versiones al español de este texto, ésta es la traducción que aquí proponemos).